En una ciudad tan dinámica como Tokio, dos personas experimentan un momento que rompe el silencio de sus expectativas, y abre un espacio alterno a la realidad que los envuelve. Bob, un actor muy reconocido por las masas, estas que no sospechan que detrás de su fama existe un ser humano con una complejidad digna de observar y que por el contrario, lo perciben con la superficialidad que caracteriza a estos tiempos; su matrimonio notoriamente dañado por su carrera es sólo el inicio del descubrimiento de una variedad de contrastes que enriquecen a este personaje. Charlotte, una recién casada, que no comprende todavía el paso fundamental que ha tomado, en ese proceso de adaptación en el que se encuentra, se ve atrapada en un mundo en donde los códigos más simples son quizá los más ajenos.
Envueltos en la frustración de encontrarse solos, ven en sus historias una particular conexión que los lleva a vivir experiencias que generan magia. Es allí en donde sucede el desarrollo de la propuesta de Sofía Coppola.
Y con un ligero toque de una mano treinta años mayor, la directora magistralmente nos muestra la sutileza de su mensaje, una historia de amor contada de una manera muy poco usual. Charlotte y Bob en una misma cama, en un mismo hotel, con un sutil erotismo y con sentimientos que se complementan aunque atrapados por una realidad que en el trascurrir de los días cobra su factura. Una excelente toma que describe el lenguaje con el cual Sofía Coppola quiere narrarnos una historia, contada innumerables veces, pero con un estilo particular.
Su manejo del lenguaje no verbal y la performance de los actores ayudan a trasmitir esa sensación de que nos encontramos en un lugar distinto a lo considerado familiar, y es así como mientras el espectador más desea identificar en la historia a la típica narración romántica, a la cual el mercado nos tiene muy acostumbrados, es cuando descubrimos que la propuesta no va por ese camino y entre movimientos de cámara muy sutiles, planos medios y primeros planos muy detallados, con una fotografía muy cuidada, la historia nos revela matices poco vistos y que producen en él que la ve diferentes reacciones.
Particularmente acostumbrado a historias románticas que invaden cualquier intento por refugiarme en la tranquilidad de los silencios, la primera reacción al terminar de apreciar la última toma fue de frustración, ese beso tan sutil que te dice nada y sin embargo guarda en él, la respuesta a la intención que Coppola quiere entregarnos como mensaje.
Es por eso que luego de meditar ayudado por el trascurrir de los minutos entendí que viéndolo de la perspectiva de la complejidad de cada uno de los personajes principales y considerando que la directora no trasmitió esa gama de sentimientos exclusivamente en los diálogos sino que utilizó a la comunicación no verbal, a la relación intra e inter personal como herramientas, puedo decir que el objetivo de Coppola se cumplió.
Es así que aprecio el trabajo de la directora y reconozco en él una propuesta innovadora que rompe con lo usualmente visto. Una historia independiente al tratamiento de sus tiempos, al manejo de la problemática de sus personajes, a su oportuno lenguaje; una historia contada de una manera diferente que trasciende el mensaje aparente y nos regala esa sutileza que produce sentimiento.
Envueltos en la frustración de encontrarse solos, ven en sus historias una particular conexión que los lleva a vivir experiencias que generan magia. Es allí en donde sucede el desarrollo de la propuesta de Sofía Coppola.
Y con un ligero toque de una mano treinta años mayor, la directora magistralmente nos muestra la sutileza de su mensaje, una historia de amor contada de una manera muy poco usual. Charlotte y Bob en una misma cama, en un mismo hotel, con un sutil erotismo y con sentimientos que se complementan aunque atrapados por una realidad que en el trascurrir de los días cobra su factura. Una excelente toma que describe el lenguaje con el cual Sofía Coppola quiere narrarnos una historia, contada innumerables veces, pero con un estilo particular.
Su manejo del lenguaje no verbal y la performance de los actores ayudan a trasmitir esa sensación de que nos encontramos en un lugar distinto a lo considerado familiar, y es así como mientras el espectador más desea identificar en la historia a la típica narración romántica, a la cual el mercado nos tiene muy acostumbrados, es cuando descubrimos que la propuesta no va por ese camino y entre movimientos de cámara muy sutiles, planos medios y primeros planos muy detallados, con una fotografía muy cuidada, la historia nos revela matices poco vistos y que producen en él que la ve diferentes reacciones.
Particularmente acostumbrado a historias románticas que invaden cualquier intento por refugiarme en la tranquilidad de los silencios, la primera reacción al terminar de apreciar la última toma fue de frustración, ese beso tan sutil que te dice nada y sin embargo guarda en él, la respuesta a la intención que Coppola quiere entregarnos como mensaje.
Es por eso que luego de meditar ayudado por el trascurrir de los minutos entendí que viéndolo de la perspectiva de la complejidad de cada uno de los personajes principales y considerando que la directora no trasmitió esa gama de sentimientos exclusivamente en los diálogos sino que utilizó a la comunicación no verbal, a la relación intra e inter personal como herramientas, puedo decir que el objetivo de Coppola se cumplió.
Es así que aprecio el trabajo de la directora y reconozco en él una propuesta innovadora que rompe con lo usualmente visto. Una historia independiente al tratamiento de sus tiempos, al manejo de la problemática de sus personajes, a su oportuno lenguaje; una historia contada de una manera diferente que trasciende el mensaje aparente y nos regala esa sutileza que produce sentimiento.

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